Para
la Beatificación de Pablo VI
19
de octubre 2014
El
día 10 de mayo el periódico vaticano L’Osservatore
Romano publicaba:
“Pablo
VI será beatificado el próximo 19 de octubre en el Vaticano, como conclusión de
la Asamblea sinodal extraordinaria dedicada a la familia. El viernes 9 de mayo,
por la tarde, el Papa Francisco recibió en audiencia privada al cardenal
prefecto de la Congregación para las causas de los santos, el salesiano Angelo
Amato, y autorizó la promulgación del decreto concerniente al milagro atribuido
al Papa Montini, haciendo pública la comunicación oficial de la fecha escogida
para el rito”.
Mi
corazón desborda de alegría.
Y
en esta ocasión no está de más repetir lo que quedó escrito el 21 de junio del año pasado, al
conmemorar los 50 años del inicio del pontificado de Pablo VI, el 21 de junio
de 1963.
Días
en que yo me encontraba en Roma; alumno de Sagrada Escritura en el Pontificio Instituto Bíblico.
Conforme fueron pasando los meses vi que Pablo VI - ¿cómo decirlo? – era una
papa a la medida de mi corazón…, quizás más exacto: que mi corazón estaba a la
medida de su pontificado. Aquella manera de hablar de Jesús y de la Iglesia me
enamoraban.
Murió
tras 15 años de pontificado, en el día de la Trasfiguración del Señor, el 6 de
agosto de 1978. Había dejado escrito en su Testamento: “Deseo que mis funerales
sean de la máxima simplicidad y no quiero tumba especial, ni monumento alguno”
(14 julio 1974). Efectivamente, lo enterraron no en un sarcófago, sino en el
suelo, y en una lápida ligeramente levantada ponía sencillamente su nombre y el
signo de Cristo.
En
años recientes, cuando pude visitarla, le acerqué una rosa.
Me
emociona la meditación personal que escribió pensando en la muerte, cuyo texto
lo he guardado como un tesoro: “Pensiero
alla norte”:
“…Ruego,
por lo mismo, al Señor que me conceda la gracia de hacer de mi próxima muerte
un don de amor a la Iglesia. Podría decir que siempre la he amado; fue su amor
el que me arrancó de mi mezquino y salvaje egoísmo y me capacitó para su
servicio, y por ella, no por otra cosa, me parece haber vivido. Pero quisiera
que la Iglesia lo supiese, y que yo tuviera el valor de decírselo, como una
confidencia del corazón que sólo en el momento último de la vida se tiene el
coraje de decir.
Quisiera,
finalmente, comprender a la Iglesia toda... Quisiera abrazarla, saludarla,
amarla, en todo lo que se compone, en cada obispo y sacerdote que la asiste y
la guía, en cada alma que la vive y la hace resplandecer, quisiera bendecirla.
Consciente de que no la dejo, no me salgo de ella sino que me uno y me fusiono
más y mejor con ella: la muerte es un progreso en la Comunión de los Santos”.
No
puedo leerlo sino con vivo estremecimiento, porque así quiero yo también amar a
la iglesia. Quisiera hacer resplandecer a
la Iglesia en mi alma. “Pro eius beatificatione” escribí en aquella ocasión
del 50 aniversario un himno (21 junio 2013, que quedó plasmado en este blog, n.
418). Volverlo a repetir, en este caso, es como si lo escribiera de nuevo:
“La Iglesia ha de saber
cuánto la amo,
y quiero yo tener la valentía
la audacia de decírselo al oído
a ella, amada mía, esposa mía”.
También nosotros, Papa amabilísimo,
queremos con la misma parresía,
decirte nuestro amor, que no se extingue,
a ti, hermano Pablo, lumbre y guía.
¡Qué sabio y grande, Padre, en tu humildad,
qué luz en tu mirada y qué armonía,
qué tímida bondad en tu elegancia
y en mano alzada cuando bendecías!
Curvado en cruz, Jesús fue tu cayado,
y tu pasión por él ¡qué roja ardía!;
quisiste tú una Iglesia anunciadora,
y el diálogo leal fue tu consigna.
Quisiste un gran abrazo para el mundo,
que la ternura fue tu cortesía,
y en Foro de Naciones anunciabas
la paz con las palabras de Isaías.
¡Levántate en las palmas del amor,
de donde yaces en la tumba lisa!
Con el Transfigurado de tu Tránsito
queremos verte con Moisés y Elías!
¡A Cristo solo cuanto él merece,
a Cristo amor, incienso y pleitesía,
a Cristo con sus ángeles y santos,
que en ellos su hermosura mora y brilla! Amén.
y quiero yo tener la valentía
la audacia de decírselo al oído
a ella, amada mía, esposa mía”.
También nosotros, Papa amabilísimo,
queremos con la misma parresía,
decirte nuestro amor, que no se extingue,
a ti, hermano Pablo, lumbre y guía.
¡Qué sabio y grande, Padre, en tu humildad,
qué luz en tu mirada y qué armonía,
qué tímida bondad en tu elegancia
y en mano alzada cuando bendecías!
Curvado en cruz, Jesús fue tu cayado,
y tu pasión por él ¡qué roja ardía!;
quisiste tú una Iglesia anunciadora,
y el diálogo leal fue tu consigna.
Quisiste un gran abrazo para el mundo,
que la ternura fue tu cortesía,
y en Foro de Naciones anunciabas
la paz con las palabras de Isaías.
¡Levántate en las palmas del amor,
de donde yaces en la tumba lisa!
Con el Transfigurado de tu Tránsito
queremos verte con Moisés y Elías!
¡A Cristo solo cuanto él merece,
a Cristo amor, incienso y pleitesía,
a Cristo con sus ángeles y santos,
que en ellos su hermosura mora y brilla! Amén.
In
corde Iesu, in corde ecclesiae.
Guadalajara,
Jalisco, 21 junio 2013.
Guadalajara,
Jalisco, 14 mayo 2014.
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