Pláticas de Cuaresma
I. Misericordiosos como el Padre: Yo soy pecador.
II. Misericordiosos como el Padre: Por la misericordia de Dios yo
he sido santificado.
III. Misericordiosos como el Padre: El amor del Padre se llama
misericordia.
IV. Misericordiosos como el Padre: El encuentro con Jesús es el
verdadero encuentro con la misericordia.
V. Misericordiosos como el Padre: Mi programa de vida bajo el signo
de la misericordia de Dios.
III. Dios
es mi Padre
El centro de nuestra vida: Dios es mi Padre
Padre es la
palabra sagrada que ha entregado Jesús a su Iglesia como centro de nuestra fe.
La ha entregado para que nosotros la saboreemos en toda nuestra vida. Una
palabra de una dulzura infinita, y de un contenido que jamás de los jamases se
ha de agotar. Esta es la palabra que queremos contemplar esta tarde. Esta es la
palabra con la cual Jesús nos enseñó a leer el Antiguo Testamento como nadie lo
había leído.
Para entrar en
esta materia tenemos que hacer dos aclaraciones que abren el camino de nuestra
reflexión.
1. La primera
se refiere al Dios del Antiguo Testamento. ¡Con cuánta frecuencia se dice que
el Dios del Antiguo Testamento es el Dios de la ira y de la venganza, mientras
que el Dios del Nuevo Testamento es el Dios del amor! Esto, tal como está
dicho, no es cierto. El Dios del Antiguo Testamento es el Dios de Jesús, el
Dios de María de Nazaret. Es Dios de amor y de ternura, como lo vamos a ver.
Nos hay dos dioses, uno del Antiguo Testamento y otro del Nuevo Testamento.
Lo que ocurre
es que tuvo que venir Jesús para poner ante nuestros ojos esta evidencia. El
Dios del Sinaí es el Dios del amor.
2. La segunda
observación es también muy importante: El Dios de los filósofos es diferente
del Dios de la fe. Cuál es el Dios de los Filósofos y cuál es el Dios de la
fe. Este es un gran tema que se ha agitado tanto en los últimos siglos.
El 24 de junio
de 1959 el joven teólogo Josep Ratzinger, que entonces tenía 32 años, pronunció
sus lección inaugural en la facultad de Teología en Bonn, donde acababa de ser
nombrado profesor, que se publicaría el año siguiente. La conferencia tenía
este título: El Dios de la Fe y el Dios de los Filósofos. Y comenzó
recordando la célebre frase del filósofo Pascal: Dios de Abraham, Dios de
Isaac, Dios de Jacob, no el Dios de los filósofos y de los sabios. Y explicó en
qué circunstancias se escribió esta frase.
Dice: “… una
pequeña hoja de pergamino que pocos días después de la muerte de Blaise Pascal
se encontró cosida al forro de la casaca del muerto. Esta hoja, llamada
«Memorial», da noticia recatada y, a la vez, estremecedora de la vivencia de la
transformación que en la noche del 23 al 24 de noviembre de 1654 le ocurrió a
este hombre. Comienza, tras una indicación muy cuidadosa del día y de la hora,
con las palabras: «Fuego, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no el
de los filósofos y los sabios». El matemático y filósofo Pascal había
experimentado al Dios vivo, al Dios de la fe, y en tal encuentro vivo con el tú
de Dios, comprendió, con asombro manifiestamente gozoso y sobresaltado, qué
distinta es la irrupción de la realidad de Dios en comparación con lo que la
filosofía matemática de un Descartes, por ejemplo, sabía decir sobre Dios. Los Pensées
de Pascal hay que entenderlos desde esta vivencia fundamental: en
contraposición con la doctrina metafísica de Dios de aquel tiempo, con su Dios
puramente teórico, intentan conducir inmediatamente desde la realidad del
concreto ser hombre, con su insoluble implicación de grandeza y miseria, hasta
el encuentro con el Dios que es la respuesta viva a la abierta pregunta de ese
ser hombre; y éste no es ningún otro que el Dios de gracia en Jesucristo, el
Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”.
La oposición no
está entre el Dios del Antiguo Testamento y el Dios del Nuevo Testamento, sino
entre el Dios viviente (san Francisco hablaba del Dios vivo y verdadero) y el
Dios de los pensadores, que no es el Dios que se interesa por mí, que me ama a
mí como a las niñas de sus ojos.
Cuando fue Papa
escribió una encíclica titulada “Deus caritas es” (Dios es amor), su
primera encíclica, bellísima y audaz. Y habló del amor de Dios, que es
imposible encontrarlo en los filósofos. Allí decía, a propósito del Dios de
Aristóteles, cumbre del pensamiento filosófico:
“Y así se pone
de manifiesto el segundo elemento importante: este Dios ama al hombre. La
potencia divina a la cual Aristóteles, en la cumbre de la filosofía griega, trató
de llegar a través de la reflexión, es ciertamente objeto de deseo y amor por
parte de todo ser —como realidad amada, esta divinidad mueve el mundo [Cf.
Metafísica, XII, 7] —, pero ella misma no necesita nada y no ama, sólo es
amada. El Dios único en el que cree Israel, sin embargo, ama personalmente. Su
amor, además, es un amor de predilección: entre todos los pueblos, Él escoge a
Israel y lo ama, aunque con el objeto de salvar precisamente de este modo a
toda la humanidad. Él ama, y este amor suyo puede ser calificado sin duda como
eros que, no obstante, es también totalmente agapé.[7]” (Deus caritas
est, n. 8).
Reflexionemos
bien en esto que dice Aristóteles:
- Dios no
necesita el amor de nadie,
- porque si
tuviese esta necesidad ya no sería Dios.
En cambio, el
Dios que nos va a presentar la Biblia es el Dios que se muere de amor por mí.
El filósofo
Pascal experimentó esto en una noche mística. Se encontró con el Dios vivo y
verdadero y entonces experimentó que no es igual el Dios de los filósofos y el
Dios de la biblia.
Encontrarse con el Dios viviente
Esta anécdota
que marcó toda la vida del filósofo Pascal me ha traído al recuerdo aquello que
cuenta nuestro hermano el Padre Ignacio Larrañaga, el encuentro con el amor del
Padre una noche cuando estaba pensando lo que iba a predicar al día siguiente
sobre el Sagrado Corazón de Jesús.
“Era el mes de
junio de 1957, en la festividad del Sagrado Corazón de Jesús. Un mes antes de
la solemnidad, el Superior de la casa me encomendó el compromiso de predicar
ese día en un pequeño pueblo de Navarra. Mi corazón danzó de alegría. No podía
haber recibido noticia más halagüeña: hablar sobre el amor de Jesús.
La semana
anterior a la festividad, sin embargo, surgieron en torno a mí, y conmigo,
algunas desinteligencias en la comunidad. […] Llegadas la fecha y hora
señaladas, tomé el autobús en Pamplona y me desplacé a Sangüesa. […] Durante el
viaje, mi alma era como un tendido de sol y sombra: por un lado la alegría de
participar y actuar en la solemne festividad, y, por otro, las nubes oscuras de
los disgustos todavía prendidos de mis horizontes. Aún no había aprendido a
ahuyentarlos.
En la tarde del
sábado dediqué largas horas al confesionario. Recuerdo que a cada uno de los
penitentes les hablaba con pasión y fuego de las entrañas de misericordia y del
amor incondicional de Cristo Jesús.
Llegó la noche.
Me acosté. No podía dormir: no se disipaban las nubes oscuras de mi alma. Me
levanté, me asomé a la ventana para tomar aire y contemplar las estrellas. No
recuerdo bien si todavía estaba dando vueltas a mis disgustos o si intenté
orar, el hecho es que, repentinamente, algo sucedió. Y aquí llegamos al momento
fatal de tener que explicar lo inexplicable.
Han pasado
cuarenta años desde aquella noche, pero todos sus detalles están todavía tan
vivos y presentes en mi memoria como si hubieran acaecido esta misma noche.
Pero estoy convencido de que ni entonces, ni ahora, ni nunca se podrá reducir
aquello a palabras exactas. Sólo el lenguaje figurado podría evocar, presentir
o vislumbrar algo de lo que allí sucedió. Pido, pues, disculpas por tener que
balbucir alguna aproximación con un lenguaje alegórico.
¿Qué fue? Un
deslumbramiento. Un deslumbramiento que abarcó e iluminó el universo sin
límites de mi alma. Eran vastos océanos plenos de vida y movi
miento. Una inundación de ternura. Una marea irresistible de afecto
que arrastra, cautiva, zarandea, y remo de la como lo hacen las corrientes
sonoras con las piedras del río.
¿Qué fue?
Quizás una sola palabra podría sintetizar "aquello": AMOR. El AMOR
que asalta, invade, inunda, envuelve, compenetra, embriaga y enloquece” (La
rosa y el fuego).
El P. Ignacio
comenzó a llorar y llorar, pero era una llorar de amor y de ternura. A partir
de aquella experiencia, que duró entre tres y cinco segundos, todo lo más,
cambió definitivamente la vida del Padre Larrañaga: su manera de relacionarse
con Dios y su manera de relacionarse con el prójimo, para el cual no sentía
otra cosa sino inmensa compasión y ternura.
Esta
experiencia, que está en la raíz de todo lo que vino después en el caso
singularísimo del Padre Larrañaga, iniciador de los Encuentros de Experiencia
de Dios y fundador de los Talleres de Oración y vida, nos lanza una pregunta: ¿Cuál
es el Dios que nosotros tenemos en nuestra mente y corazón? ¿Es un Dios convencional,
abstracto o es el Dios vivo? Solamente cuando nos encontramos con el Dios vivo,
solamente entonces es cuando cambia nuestra vida.
En la Sagrada Escritura
tenemos, entre tantas, una página grandiosa que nos estremece y nos aclarar qué
pasa cuando uno se encuentra con el Dios vivo. Es el capítulo final del libro
de Job, capítulo 42. Job, el hombre más santo, más rico, más feliz que había en
la tierra, es probado por Dios y pasa a ser el hombre más desgraciado: sin salud,
sin hacienda, sin hijos, abandonado de todos, hasta de su mujer que no le
comprende: “Maldice a Dios y muérete”. Vienen los sabios a consolarle; él se
rebela contra todos, incluso, en su desesperación se rebela contra Dios, que le
está tratando como a enemigo. Al final se le aparece Dios que comienza a
preguntarle sobre las maravillas de la creación. Job tiene que callarse porque
no sabe nada de nada. Pero ahora, ante Dios, humildemente se rinde.
Y entonces, en esta
experiencia concreta de lo sobrenatural, comienza a conocer a Dios:
“Te conocía
solo de oídas, | pero ahora te han visto mis ojos;
por eso, me retracto y me arrepiento, | echado
en el polvo y la ceniza” (Job 42,5-6).
Job borra todo
lo que ha dicho y ahora comienza la verdadera vida de Job; ahora ha visto a
Dios.
Estos ejemplos
nos dicen, hermanos cómo el verdadero conocimiento de Dios es la experiencia de
Dios.
Punto central del conocimiento de Dios en la Sagrada Escritura
El Dios
revelado es el Dios de la Alianza.
Y el Dios de la
Alianza es el Dios de la historia de la salvación.
Y yo, por
Jesucristo y en la Iglesia, soy el destinatario de esta revelación y de esta
historia.
Si comprendemos
esto, hemos entendido el sentido de Dios en las santas Escrituras; hemos
alcanzado la verdadera sabiduría de Dios.
Tratemos de
explicarlo.
Dios de la Alianza
Todo el
conocimiento que tenemos de Dios es un conocimiento histórico: Dios se
manifiesta obrando y hablando y es un conocimiento en Alianza.
1) La creación
es la primera Alianza que Dios hace con el hombre. En el momento mismo en que
Dios crea al hombre entra en relación con el hombre, y esta relación es una
relación de amor.
- Porque lo ama
lo bendice.
- Porque lo ama
le coloca en el Paraíso.
- Porque lo ama
le da el mando sobre toda la creación.
- Porque lo ama
le da un precepto, que es precepto de vida, no de muerte.
- Porque lo ama
se comunica a diario con él saliendo a pasear al fresco de la tarde.
- Porque lo ama
le manada fuera del paraíso, para que el hombre entienda que la relación con
Dios tiene que ser de obediencia y de amor.
En suma, en el
momento inicial de la historia, el Dios que aparece es el Dios de la alianza.
2) La segunda
alianza es la alianza con Noé (Gen 9), que es la regenración del mundo y la
puesta en marcha de la historia bajo la misma soberanía con Dios.
3) Y ahora
vienen las alianzas con los Patriarcas, con Abraham, Isaac y Jacob.
- Son todas
ellas alianzas.
- y son todas
ellas bendiciones y promesas
Dios se muestra
como aquel que vive con el hombre y el hombre es aquel que vive con Dios.
Y este estilo
de vida, la relación mutua de Dios con el hombre y del hombre con Dios, ha de
ser el paradigma de todo lo que ocurra en la tierra.
4) Y de esta
forma llegamos a la Alianza de Dios con el pueblo en el Sinaí sellada después
de la esclavitud de Egipto. Esta alianza es el centro del Antiguo Testamento y
el paradigma de toda la revelación hecha a Israel.
Véase los
elementos de esta Alianza:
a)
Dios
les da la comunicación, la revelación de su Nombre.
b)
Dios
les confirma como pueblo elegido, pueblo de su propiedad.
c)
Dios
los saca de la esclavitud de Egipto y les da el don de la libertad, que es el
estatuto esencial de este pueblo. Un pueblo amado es intrínsecamente libre.
d)
Dios
les da su Ley, que es la entrega de su voluntad, por lo tanto la entrega de su
corazón.
e)
Dios
les da la promesa definitiva de ser su Dios para siempre.
El
don de la Ley (de la Torá)
El don de la
Ley es el don de Dios todo entero a su Pueblo. Para el cristiano, que contempla
todo el arco de la historia, es el anticipo del donde su propio Hijo.
Para saber lo
que es el don de la Ley hay que leer el libro del Deuteronomio, el Libro de la
ternura de Dios con su pueblo.
“4 1 Ahora,
Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os enseño para que,
cumpliéndolos, viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que el Señor,
Dios de vuestros padres, os va a dar. 2 No añadáis nada a lo
que yo os mando ni suprimáis nada; observaréis los preceptos del Señor, vuestro
Dios, que yo os mando hoy. 3 Vuestros ojos han visto lo que el
Señor hizo en Baal Peor: el Señor, tu Dios, exterminó de en medio de ti a todos
los que se fueron detrás de Baal Peor. 4 En cambio, vosotros,
que os pegasteis al Señor, seguís hoy todos con vida.
5 Mirad: yo os
enseño los mandatos y decretos, como me mandó el Señor, mi Dios, para que los
cumpláis en la tierra donde vais a entrar para tomar posesión de ella. 6 Observadlos
y cumplidlos, pues esa es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos
de los pueblos, los cuales, cuando tengan noticia de todos estos mandatos,
dirán: “Ciertamente es un pueblo sabio e inteligente esta gran nación”. 7 Porque
¿dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el
Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos? 8 Y ¿dónde hay
otra nación tan grande que tenga unos mandatos y decretos tan justos como toda
esta ley que yo os propongo hoy?
9 Pero, ten cuidado y
guárdate bien de olvidar las cosas que han visto tus ojos y que no se aparten
de tu corazón mientras vivas; cuéntaselas a tus hijos y a tus nietos
¿Quién es este
Dios que vamos descubriendo?
1)
Ciertamente
no es el Dios de los idólatras.
2)
No
es tampoco el Dios de las grandes culturas del mundo antiguo.
3)
Es
el Dios del amor en el cual el hombre halla su plena dignificación.
4)
Es
el Dios de la ternura y de las promesas. El Dios que se ha comprometido
definitivamente con el destino humano.
5)
Este
es el Dios de Jesús, que él lo ha descubierto hasta el fondo.
6)
Este
es mi Dios.
La misión de los profetas (esquema)
Los profetas son quienes
1.
Han
mantenido viva la memoria siempre actual de la alianza.
2.
Y
los que han previsto la culminación de la acción de Dios, prometiendo:
- El
Don de la Nueva Alianza (Jer 31).
- El
Don del Espíritu, que es la ultimidad de Dios (Ez 36).
Vino
Jesús y en él hemos recuperado el Dios de la Alianza que ya inició su
revelación.
Y en
su propia vida que él, justamente él, era todo Dios y toda Alianza, que nos ha
dejado en la Iglesia en el don de su Cuerpo y de su Sangre.
9 de
marzo de 2016.
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